Le gustaba esa sensación de aire fresco. Estar en los primeros días de invierno y vivir de nuevo, a pesar de tantos años de haber huido, esa emoción imposible de explicar. El viento ligeramente insolente, la bufanda de rigor, el cielo discretamente nublado y la ridícula lluviecilla que no era más que pizca de aquellos lejanos aguaceros tropicales. Seguía siendo mágico haber recorrido tantos miles de kilómetros, haber vivido tantos miles de horas y no haber tenido todavía el tiempo de llorar. Eran decenios los que tenía de haber llegado, y Europa le seguía cosquilleando el estómago. El metro, los pies que se humedecen, los bares de jazz capitalinos. Suerte inmensa la de haberse podido esconder de los generales, escapar de la mili, cruzar el charco en barco, encontrar el amor, tener hijos bilingües que aún a estas alturas no conocían a sus tíos, perderse la caída del régimen y las primeras elecciones sin fraude... ¡qué locura!, ¡qué vida para darnos vueltas y revolvernos el estómago! No quedaba más remedio que hacer lo de siempre: abrir la cajetilla, un cigarrillo, quitarse el sombrero para que esos tímidos rasguños que los europeos llamaban gotas le rascaran un poco la cabeza. Ver la gabardina llenarse de puntitos transparentes, y en la esquina de todos los días detenerse al lado del café. De pie y bajo la llovizna observar a los peatones. Uno que otro joven deportista corriendo por ahí para mantenerse en forma, viejitas llevando sus cochecitos de compras que tratan de protegerse con hojas de periódico empapadas. Los pensamientos de toda la vida, y la misma sensación de placer al terminar el cigarrillo. Empujar la puerta del café y pedir un doble expreso, que por mejor hecho nunca reemplazaría a las jarrotas de café con leche que cuando era chamaco le servían allá, después del colegio. Otro cigarrillo y sonreír pensando en la mujer de su vida, de nuevo en los hijos que criaron juntos, en el mayor, sobretodo... ¡por culpa de ese güevón ya casi iba a ser abuelo! ¿En qué momento pasaron todos estos años? No sabía qué responder, pero era feliz y eso bastaba. Y a echarse a reír sin razón, que la vida es demasiado corta. A pesar de los generales, a pesar del exilio y a pesar de haber olvidado para siempre a qué sabían los frijoles negros.
8 months ago
2 comments:
mae, qué será que el exilio es de los motivos más motivos, el dolor de acá allá, de la vida partida en dos o en tres, del continente y el vacío, de la lluvia que se recuerda en goterones a pesar de la bufanda y las gotitas -ese remedo lindo de aguacero-
seguí poniéndole más agua a estos frijoles, mop, al chile
qué tuanis leerte...
un abrazo enorme
mop, fue muy tuanis leerte.. me gustó muchísimo mop. mucho el final.
abrazo
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